
Esta semana, el Caribe fue testigo de una clara demostración de poderío militar estadounidense, buques de guerra, portaaviones y aviones de última generación se desplegaron en aguas cercanas a Venezuela bajo el argumento de reforzar la “lucha contra el narcotráfico”. Según Washington, el régimen de Nicolás Maduro y el denominado “Cartel de los Soles” estarían directamente implicados en el tráfico internacional de drogas, lo que justificaría este cerco marítimo.
La presión no se limita al mar. En distintos países, incluyendo la República Dominicana, han sido confiscados bienes asociados a Maduro y a su círculo cercano, entre ellos una villa de veraneo valorada en millones de dólares. La estrategia busca cercar económicamente al gobierno venezolano y debilitar sus nexos de apoyo internacional.
Sin embargo, más allá de esta ofensiva, lo que no ha ocurrido es una intervención directa sobre suelo venezolano. Y esa ausencia no es casual. Como he sostenido en reiteradas ocasiones, Estados Unidos no se enfrenta únicamente al Estado venezolano, sino a los intereses de dos potencias globales, China y Rusia.
De acuerdo con estimaciones financieras, Venezuela mantiene una deuda con China que oscila entre 50 mil y 60 mil millones de dólares, lo que representa alrededor de un 44 % de su financiamiento externo. Por otro lado, con Rusia la deuda asciende a unos 15 a 20 mil millones de dólares, es decir, casi un 30 % de sus compromisos. En consecuencia, más del 60 % de la dependencia económica venezolana está atada directamente a Pekín y Moscú.
Es por esto que una acción militar sobre Caracas no sería solamente un ataque contra Maduro, sino un desafío a los intereses estratégicos y financieros de dos potencias que hoy disputan con Washington la hegemonía mundial. No sorprende que la portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China haya declarado recientemente que su país “se opone al uso o la amenaza del uso de la fuerza en las relaciones internacionales y a cualquier intento de potencias externas de interferir en los asuntos internos de Venezuela bajo cualquier pretexto”. En otras palabras, no toquen mis intereses.
El tablero geopolítico que rodea a Venezuela ya no es local, ni siquiera regional, sino global. Y en medio de esa pugna, el pueblo venezolano sigue atrapado en una crisis que lo desangra.
Hoy más que nunca, la región necesita que prevalezca la razón sobre la fuerza. América Latina no debe convertirse en el escenario de una guerra ajena. Este conflicto no puede resolverse con portaaviones ni con amenazas, sino con diplomacia, entendimiento y paz. Porque al final, como decía un viejo refrán, cuando los elefantes pelean, es la hierba la que sufre.