
Por Néstor Estévez
Cada 30 de mayo celebramos el Día de la Libertad en la República
Dominicana. En esa fecha se recuerda el fin de la denominada Era de Trujillo.
Ese punto de inflexión tiene lecturas diversas: algunos prefieren llamarlo
“final de la dictadura”, otros optan por considerarlo “inicio de la etapa
democrática”. ¿Para qué más podría servir esa fecha?
Aunque existen otras muchas interpretaciones, la efeméride sirve para
pasar balance al ritmo a que avanzamos como sociedad. Así podemos pasar revista
a los avances en libertades, en nivel de vida, en fortalecimiento de
capacidades, en generación y aprovechamiento de oportunidades, en fin, en el
anhelado proceso de desarrollo.
Una simple mirada sirve para notar que, varias décadas después, enfrentamos desafíos que, aunque menos cruentos, amenazan con seguir “dando largas” y entreteniendo con prácticas asistencialistas que parecen alimentadas y hasta muy “a tono” con las corrientes populistas que pululan en el panorama global.
La trampa del asistencialismo y el populismo
La persistente costumbre de que los gobiernos sean los únicos
responsables de resolver todos los problemas sociales ha creado un círculo
vicioso en América Latina. Y República Dominicana no es la excepción.
Si bien el Estado tiene un papel crucial en la provisión de servicios
básicos y en la garantía de derechos, sus recursos son finitos y su capacidad
para responder a la diversidad de necesidades sociales se ve a menudo
desbordada. Y todavía peor: esta dependencia perpetúa la pasividad ciudadana y
la espera de soluciones externas, impidiendo el desarrollo de capacidades
locales y la construcción de soluciones sostenibles a largo plazo.
El asistencialismo, disfrazado de asistencia social, suele generar una ciudadanía pasiva y dependiente, que desconfía de sus propias capacidades para generar cambios. ¿Por qué ocurre eso? Sencillamente, los recursos que podrían invertirse en infraestructura productiva, educación de calidad o fomento de la innovación se desvían hacia programas de ayuda que, si bien alivian la necesidad inmediata, no siempre abordan las causas estructurales de la pobreza y la desigualdad. Y esa dinámica, lejos de impulsar el progreso, crea una sociedad aletargada, donde la iniciativa y el empoderamiento ciudadano quedan relegados.
Innovación social como motor de cambio
Para romper este círculo vicioso y avanzar hacia un desarrollo genuino y
sostenible, es imperativo explorar alternativas que potencien la participación
ciudadana y la innovación social como motores de cambio. Estudiosos del tema
sostienen que la solución no debe residir únicamente en la acción
gubernamental, sino en una colaboración en la que la sociedad civil sea un
actor protagónico.
La innovación social va mucho más allá de la creación de nuevas
tecnologías o productos; se refiere a la creación de nuevos modelos de
organización, procesos y prácticas sociales que abordan las necesidades de
manera más eficaz y eficiente. Algunas experiencias se centran en el
emprendedor social, otras ponen énfasis en el aprendizaje sistémico y la
capacidad adaptativa de la sociedad civil, mientras otras destacan por la
colaboración colectiva y la transformación de las relaciones sociales como
elementos fundamentales. Todas estas corrientes, aunque diversas, convergen en
la importancia de la participación ciudadana y la colaboración entre diferentes
actores.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, adoptada por la ONU en
2015, con sus 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), se alinea
perfectamente con este enfoque. Metas ambiciosas como erradicar la pobreza,
mejorar la salud, promover la educación y proteger el medio ambiente, requieren
un enfoque integral que trascienda las acciones gubernamentales.
La innovación social se presenta como una herramienta fundamental para
alcanzar estos objetivos, promoviendo la colaboración entre el sector público,
el privado y la sociedad civil para desarrollar soluciones innovadoras y
sostenibles.
La implementación de los ODS exige la participación activa de la
sociedad civil, la cual, a través de la innovación social, puede contribuir
significativamente a la consecución de las metas propuestas, empoderando
comunidades y fomentando la resiliencia a través de soluciones co-creadas.
Es por ello que pienso y propongo que el 30 de mayo sirva para mucho
más. Así como el fin de la tiranía abrió las puertas al ensayo democrático, hoy
la República Dominicana tiene la oportunidad de profundizar y mejorar con una
democracia integral. Para eso sirven el 30 de mayo y la innovación social.