
Por: Ángel González
Político y empresario
Durante más de dos décadas, el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) fue, sin discusión, el motor político que transformó la provincia de Barahona. Desde desde sus inicios con personas como Benjamín González, Don pánfilo Matos, Cornelio Zabala, Carlos García la Profesora Dominga shanlate entre otros otros compañeros valiosos y hasta aproximadamente 2021, el PLD encarnó la esperanza de miles de barahoneros que vieron en su propuesta una vía para el desarrollo, la inclusión social y la estabilidad institucional. Fue el partido de las ideas, de la formación política, de la disciplina organizativa y del compromiso con la gente.
En esos años dorados, el PLD no solo ganó elecciones; conquistó corazones. Los barrios más empobrecidos, los campos olvidados, los jóvenes sin oportunidades y las mujeres excluidas encontraron en el partido morado un espacio para soñar. Las obras de infraestructura, las oportunidades de educación y el fortalecimiento institucional marcaron un antes y un después en Barahona. Incluso en las diferencias internas, predominaba un norte común: el crecimiento colectivo.
Sin embargo, desde 2021 en adelante el panorama ha cambiado de manera drástica y preocupante. Lo que antes era una maquinaria sólida, ahora se asemeja a una estructura secuestrada por intereses grupales. Un pequeño círculo, más aferrado al poder partidiario que al propósito, ha ocupado los espacios de dirección, desplazando a dirigentes valiosos y desconectándose de la realidad de las bases.
La realidad actual del PLD en Barahona es amarga. Muchos compañeros y compañeras con décadas de militancia, que han cargado la bandera del partido en tiempos buenos y malos, hoy se sienten marginados, humillados y traicionados. No se han ido por comodidad ni por conveniencia, sino con el dolor profundo de abandonar la casa que ayudaron a construir. Han sido empujados al exilio partidario por una dirigencia que no escucha, que no consulta, que no construye que no suma.
Lo más grave de esta situación no es la pérdida electoral del 2024 donde no sacamos ni senador, ni diputados, ni alcalde y un solo regidor, sino la pérdida moral en el.
El PLD fue fundado por hombres y mujeres con una profunda vocación de servicio, con una visión clara de lo que debía ser la ética en la política. Hoy, sin embargo, parece que esa antorcha ha sido apagada por la arrogancia y el sectarismo. Se ha sustituido la meritocracia por el amiguismo, la crítica constructiva por el silencio temeroso, y la participación democrática por la obediencia ciega.
El pueblo de Barahona lo ha notado. Ya no ve al PLD como la opción del cambio, sino como parte del problema. La desconexión entre las altas esferas del partido y las necesidades reales de los barahoneros es tan evidente como dolorosa. Y mientras tanto, los que deberían estar construyendo puentes se dedican a levantar muros.
La gran pregunta que queda en el aire es: ¿puede el PLD recuperar su esencia en Barahona? La respuesta depende de su capacidad de rectificar, de abrir las puertas a los que aún creen, de devolverle el partido a sus verdaderos dueños: las bases.
Mientras tanto, muchos miran con tristeza cómo una organización que fue ejemplo de disciplina y visión estratégica ha sido reducida a una sombra de lo que fue. Pero también, con esperanza, sueñan con una renovación que devuelva al PLD el espíritu de sus mejores tiempos, antes de que el grupo que hoy lo secuestra termine por sepultar lo que aún queda de su legado.