
Por Melton Pineda
Pronostica Media
Mientras cubría la fuente del
Palacio Nacional, preciso es decirlo, en esa fecha estábamos de cumpleaños,
llegamos como de costumbre a la sede de gobierno.
Los colegas que
cubrían la fuente y el personal administrativo de Prensa decidieron hacerme un
ágape. Compraron un bizcocho, refresco de todos los sabores, menos bebidas
alcohólicas.
Al concluir el
acto festivo, salí al parqueo del Palacio para tomar mi automóvil e irme a
redactar las noticias del día.
Al llegar al
carro, noté que unos de los espejos retrovisores del lado del chofer había sido
robado en el mismo parqueo de la sede del gobierno nacional.
Noté que había un
militar de servicio y fui a ponerlo en conocimiento. Mientras hacía el reporte,
un raso del Ejercito Nacional, recién llegado a Palacio, me dijo de muy mala
forma que él no estaba allí para cuidarme el vehículo. “Ah bueno, ahora van a
decir que hasta en el parqueo del Palacio Nacional roban”, le dije al militar y
me marché hacia el automóvil.
Decidí dejar las
cosas así e ir a la Casa de Guardia a comunicar lo ocurrido. Comenzó a llover y
me cubrí de la lluvia en el vehículo.
El militar, ya
mojándose por la lluvia, toca con el puño el vidrio del automóvil y me pide que
baje el cristal.
Así fue, semi
bajé el cristal y cuando le fui a preguntar qué pasa, me lanzó un puñetazo que
me inflamó el pómulo izquierdo de la cara.
Indignado por la
agresión del militar, me bajé airado y le entré a trompadas y patadas. Logré
darle una patada entre las piernas que el militar se retorció y buscaba un arma
en la cintura que no tenía. Entré preparado a buscar la mía, pero noté que este
solo tenía enganchada una cantimplora de aluminio.
En esos segundos
llegó al Parqueo del Palacio, el periodista Ramón Colombo, quien encaró al
militar diciéndole abusador: Usted no ve que ese es un periodista que cubre
noticias aquí.
En la Casa de
Guardia, que quedaba a pocos metros del parqueo, se dieron cuenta y llegó al
lugar otro teniente de apellido Polanco. Este quería conducirme preso y
llevarme a la Casa de Guardia. Colombo, que había presenciado todo, se opuso y
mientras el oficial quería tomarme por el antebrazo, lo desafié a que soltara
la pistola, “que te voy dar a ti también”.
El oficial
subalterno le explicaba a Colombo que yo había golpeado a un militar, mientras
el colega le decía que quien inició la agresión fue el militar.
Insistía en
conducirme a la Casa de Guardia y yo con la indignación le repetía:
“suelta la pistola, suéltala”.
Mientras Colombo
le decía que iría “para donde el presidente Jorge Blanco”.
En ese instante,
venía bajando el director de Prensa, licenciado Juan Manuel García. La disputa
conmigo y el oficial seguía: “suelte la pistola, que yo estoy desarmado,
cobarde, pelea como un hombre”.
El licenciado
García, molesto, dijo: “vamos donde el Presidente, no, no, vamos donde Hatuey,
o donde el licenciado Rafael Flores Estrella”.
Subiendo la
escalera trasera del Palacio, ya enterado del caso, venía a toda prisa el
coronel Gil, jefe de la Guardia Presidencial.
Me llevó a su
oficina en el segundo piso, deplorando la agresión.
El oficial
Polanco insistía en que había agredido a un guardia. Éste le decía: “cállese
oficial, que ya me enteraron de todo”.
El licenciado
García no contenía su indignación y hasta amenazó con renunciar del cargo,
mientras el colega Colombo le explicaba al coronel Gil lo que había visto.
Colombo siguió el
pasillo lateral y subió al tercer piso, donde estaban los despachos del presidente
Jorge Blanco. Al parecer, lo enteró del caso y el mandatario encomendó al
licenciado Hatuey Decamps que atienda esa situación con ese amigo periodista.
En la tercera
planta del Palacio Nacional funcionaba además del Despacho Presidencial el de
la primera dama, Asela Mera de Jorge, y el asesor Leonte Brea.
Una vez en su
Despacho, el coronel Gil, dispuso desarmar al teniente
Polanco y enviarlo preso.
Aproveché el
momento en que habían desarmado al oficial y traté de brincarle: “ven ahora que
estás desarmado, pelea”. Me subí en el escritorio del coronel Gil… mientras me
agarraban, le tiré varias patadas y trompadas, sin lograr darle, y terminaron
llevándose preso al oficial Polanco.
En ese momento,
sonó el teléfono. Era el licenciado Hatuey Decamps, que había sido enterado por
el fotógrafo Tomás Aybar.
El coronel Gil,
muy indignado, al verme el rostro hinchado solo decía: “la vaina que me ha
echado ese oficial.
En el teléfono le
narraba al licenciado Decamps todo lo ocurrido. El funcionario le dijo que el
presidente Jorge Blanco estaba muy ocupado y que eso se resolvería, que no
suelte a los detenidos, porque, además del teniente Polanco apresaron toda la
dotación de retén en la casa de Guardia de la avenida México.
Volví al vehículo
y me dirigí al periódico El Sol, a redactar el incidente y las noticias del día.
Luego de
explicarle a mis colegas del periódico cómo ocurrieron los hechos, mientras
redactaba el incidente, el director del Periódico El Sol, el doctor Miguel
Ángel Cedeño, a eso de las 5.00 de la tarde llegó corriendo, desesperado, a la
Redacción, indicándome: “Melton, ven urgente, urgente, a la Recepción que te
llama el presidente”.
En principio,
creía que era una broma, pero insistió que fuera antes de que el Presidente
cerrara la línea. Él quiere hablar contigo.
Aún no lo creía y
a tanta insistencia, decidí ir a tomar la llamada.
Aun incrédulo y
decir “aloo”, yo no conocía la voz del Presidente Jorge Blanco, y este me
decía: “Melton, es tu amigo el Presidente Jorge Blanco, yo tengo a Hatuey y a
Asela mi esposa aquí, ahh, está llegando tu amigo y hermano Flores Estrella,
delante de ellos te digo que me lo han contado todo como ocurrió, incluso,
Colombo que estaba ahí, eso no puede pasar en mi gobierno, te adelanto mis
excusas, las de mi familia y del gobierno dominicano”.
“¿Y qué tú haces,
ahora?”, nos dice el jefe del Estado, le contesto: “Presidente, estoy
redactando lo sucedido, cómo pasó todo. Despreocúpese presidente, que yo sé que
el gobierno no tiene nada que ver en eso”.
El mandatario me
dijo: “bueno, ¿fuiste al médico?, me dicen que tiene la cara alterada.
Aquí a mi lado, en mi casa, tengo al secretario de las Fuerzas Armadas Cuervo
Gómez, quiero verte aquí en mi casa a las 7 de la mañana y luego en mi Despacho
del Palacio. Invita a todos tus colegas de Prensa; yo voy a dar una excusa pública,
pero ven mañana temprano, habla con Juan Manuel, que me avise cuando llegues al
Palacio”.
Al día siguiente,
a las 6:45, estaba frente a la casa del mandatario. Inmediatamente, los
militares de custodia me hicieron pasar y a pocos minutos llegó el presidente,
los altos jefes militares, Cuervo Gómez, Ramiro Matos, el Jefe de la escolta
militar, general Landestoy y otros.
El Presidente
Jorge Blanco, con mucha energía, le decía al grupo; “Ustedes ven qué abuso más
incalificable ha pasado, a un periodista serio que cubre la fuente del Palacio
Nacional”, muy airados y nerviosos, todos deplorando la agresión, cuando nos
vieron la cara. Jorge Blanco dijo: “Melton, se cómo debes sentirte, vaya a mi
Despacho con sus colegas de allá de prensa, vayan todos, les doy mis disculpas
personal, también el gobierno le va a hacer un desagravio público”.
Llegué al
Palacio, como de costumbre, le informé de la invitación a los demás colegas. Ya
el licenciado García lo había hecho y a las 9:00 A:M. entramos al Despacho
presidencial. Allí estaban los jefes militares, Rafael Flores Estrella, Luis
González Fabra, Hatuey Decamps Jiménez, entre otros funcionarios.
El mandatario, en
nombre del Gobierno, dio las excusas ante todos los periodistas, con la
advertencia de que hechos como ese no son tolerados en su gobierno y que no
volvería a suceder y que los militares involucrados en el incidente serían
severamente sancionados.
Luego me enteré
de que al Coronel Gil, Jefe de la Guardia Presidencial, sus superiores le
cantaron 5 días de arresto disciplinario, porque cometió la imprudencia de
desarmar a un oficial delante de civiles, según la disciplina militar.
En la ocasión
rechacé una sugerencia del doctor Germán Emilio Ornes, Presidente de la
Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), de hacer un escándalo internacional, y
le mandé a decir con el emisario al entonces director propietario de El
Caribe, enemigo de los gobiernos del PRD, que yo estaba conforme con el
desagravio público que hizo el Presidente Jorge Blanco.
A los militares
le hicieron un Consejo de Guerra, en la fortaleza de El Polvorín, camino a
Villa Mella.
No recuerdo la
sanción, vi que era benigna, creo que tres meses de prisión y al escuchar la
sentencia de boca de los jueces militares, les dije: “ustedes son todos
guardias conspiradores contra el PRD”, no me dijeron nada. Di la espalda y me
marché del salón.
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