
Por Xavier Carrasco
El reciente pronunciamiento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe del Vaticano ha generado un notable revuelo dentro y fuera de los círculos religiosos. El documento Mater Populi Fidelis, presentado por el cardenal argentino Víctor Manuel Fernández, deja sin ambigüedad que la Virgen María, si bien es reconocida como madre de Dios y figura central en la fe cristiana, no puede ser considerada “corredentora” ni “mediadora” entre Dios y los hombres. Con esta declaración, el Vaticano cierra una discusión teológica que llevaba siglos en debate y que había dividido posturas incluso dentro de la misma Iglesia.
El texto reitera que la redención es una obra exclusiva de Cristo, y que ningún otro ser, por más venerado o santo que sea, puede compartir la potestad de salvar a la humanidad del pecado. María, según el documento, ocupa un lugar privilegiado en la historia de la salvación, pero siempre como discípula y servidora del plan divino, no como fuente de gracia.
Paradójicamente, lo que hoy se presenta como una “nueva” postura oficial de la Iglesia católica coincide con una afirmación que los reformadores protestantes sostuvieron desde el siglo XVI: que “solo Jesús es el mediador entre Dios y los hombres”. En aquel entonces, esa convicción marcó la ruptura con Roma y fue duramente criticada por los defensores del dogma mariano. Hoy, sin embargo, el propio Vaticano parece recoger esa misma línea teológica, dándole una dimensión histórica y doctrinal diferente.
Para muchos creyentes, especialmente aquellos formados bajo la devoción popular, esta noticia ha sido impactante. La figura de María ha sido, durante generaciones, un símbolo de fe, consuelo y esperanza. Sin embargo, este reconocimiento no contradice su valor espiritual, sino que lo sitúa en su justa medida, como ejemplo de obediencia y fe, no como intermediaria divina.
El documento del Vaticano no busca despojar a María de su grandeza, sino reafirmar la centralidad de Cristo en la salvación. En un tiempo donde las interpretaciones teológicas se entrecruzan con las creencias culturales, esta aclaración doctrinal devuelve al cristianismo una de sus verdades esenciales, la redención es una obra única del Hijo de Dios.
En definitiva, el anuncio del Dicasterio representa no solo un ajuste doctrinal, sino también una oportunidad de relectura espiritual. Reconocer que María no es mediadora no la disminuye, sino que la engrandece como ejemplo de fe que siempre condujo, con humildad, hacia Cristo.
Porque al final, ni María quiso ocupar el lugar de su Hijo, sino señalar el camino hacia Él.
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