
Por: Rafael Méndez
SAN JUAN DE LA MAGUANA, República Dominicana.- A veces en la política dominicana, el mérito, el sacrificio y la lealtad no son suficientes. El caso del empresario Pedro José Alejandro Tejada Utate, mejor conocido como Alejandro Pollo, es una muestra clara de esa realidad cruda que se vive dentro de los partidos cuando se llega al poder.
Alejandro no es un improvisado. Desde la fundación del Partido Revolucionario Moderno (PRM), ha sido un dirigente fogoso, activo, y económicamente comprometido con el crecimiento del partido. En las elecciones del 2020 fue uno de los pilares que impulsaron en San Juan la candidatura del entonces aspirante Luis Abinader, llegando incluso a comprometer sus finanzas y a descuidar su propia empresa para asegurar el triunfo electoral del hoy presidente.
Sin embargo, han pasado ya casi cinco años de gestión del PRM —un primer período completo y casi un año del segundo— y Alejandro sigue esperando ser tomado en cuenta. Ni un nombramiento, ni una oportunidad de participación en la gestión pública. Nada.
Más lamentable aún es que formó parte del equipo de la actual gobernadora Ana María Castillo y del diputado y presidente provincial del PRM, Frank Ramírez. Ambos, según la historia, no movieron un solo dedo para gestionar que Alejandro recibiera algún tipo de reconocimiento o posición dentro del gobierno, a pesar de estar conscientes del esfuerzo y la entrega que mostró durante la campaña del 2020.
Pero el desdén no solo vino desde lo local. En marzo de 2021, en un Consejo de Gobierno celebrado en el Ayuntamiento de San Juan, Alejandro entregó personalmente al presidente Abinader una carta donde expresaba su deseo de colaborar desde el Estado, proponiendo tres posibles cargos, todas acordes con su experiencia como empresario avícola y su compromiso político. Fue la única carta que el presidente recibió aquel día y que incluso guardó en su bolsillo, pero nunca respondió. Ni un “sí”, ni un “no”. Solo silencio.
Posteriormente, el diputado Frank Ramírez pidió una copia de esa carta para —según dijo— gestionarla. ¿Y qué hizo? Lo mismo que hizo el presidente: nada. La carta fue, en palabras simples, echada al zafacón.
Entonces cabe preguntarse: ¿Qué error cometió Alejandro Pollo?
¿Fue acaso confiar demasiado en una estructura política que premia más al oportunista que al leal? ¿Fue no cambiarse de bando, como sí lo hicieron otros que, tras apoyar candidatos contrarios en el 2020, hoy ostentan posiciones de relevancia? ¿O fue simplemente mantenerse fiel a sus principios y no doblegarse ante la cultura de “dar para recibir” sin exigir de inmediato?
A eso se suma otro agravio: el cierre constante del paso a sus aspiraciones electivas. En 2016, con una aceptación superior al 80% para regiduria de San Juan de la Maguana, según mediciones hechas incluso por partidos opositores, se le impidió competir, pese a pagar su cuota de inscripción de 20 mil pesos. En elecciones posteriores, mostró nuevamente interés en aspirar, esta vez a la alcaldía, pero el PRM prefirió apoyar a transfugas por encima de un dirigente que ha sido coherente y firme con su militancia.
La historia de Alejandro Pollo es la historia de muchos en la política dominicana: fieles que son traicionados, soldados que dieron todo por su partido y que, al final, ven cómo el poder se reparte entre quienes llegaron tarde, pero con las "conexiones adecuadas".
Si el PRM aspira a renovarse y a mantenerse como una opción legítima para los ciudadanos, debe empezar por valorar a los suyos, por honrar la palabra y la lealtad, y por evitar que casos como el de Alejandro Tejada se sigan repitiendo.
Porque al final del día, la pregunta no es qué error cometió Alejandro Pollo… sino ¿qué clase de partido y de gobierno está construyendo el PRM cuando premia la traición y castiga la fidelidad?